martes, 14 de enero de 2014

Un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo.

Confieso que en este punto, aunque me estaba pareciendo genial la Exhortación Apostólica del Papa, me empecé a poner algo nerviosa. ¿Qué pasa en las largas y agotadoras circunstancias de la vida, en las que la alegría parece imposible?
El título de esta entrada, vino a darme respuesta. Una respuesta que, por otro lado, me ha sido dada más de una vez en los últimos años: mantener un brote de luz, mantener la alegría, quizá apenas como posibilidad, mantener a Dios, pobremente, tristemente, pero sin cerrarle la puerta. Una puerta que se mantiene abierta por la certeza personal de ser infinitamente amada.
Hace unos años, como digo, me regaló mi buen amigo Pablo, por mi cumpleaños, un texto de Etty Hillesum, que ella había escrito en Auschwitz, el mismo día de mi nacimiento, pero 25 años antes, y dice asi:

“Corren malos tiempos, Dios mío. … Te ayudaré, Dios mío, para que no me abandones, pero no puedo asegurarte nada por anticipado. Sólo una cosa es para mí cada vez más evidente: que tú no puedes ayudarnos, que debemos ayudarte a ti, y así nos ayudaremos a nosotros mismos. Es lo único que tiene importancia en estos tiempos, Dios: salvar un fragmento de ti en nosotros. Tal vez así podamos hacer algo por resucitarte en los corazones desolados de la gente. Sí, mi Señor, parece ser que tú tampoco puedes cambiar mucho las circunstancias; al fin y al cabo, pertenecen a esta vida…Y con cada latido del corazón tengo más claro que tú no nos puedes ayudar, sino que debemos ayudarte nosotros a ti y que tenemos que defender hasta el final el lugar que ocupas en nuestro interior… Tú también vivirás pobres tiempos en mí, Señor, en los que no estarás alimentado por mi confianza. Pero, créeme, seguiré trabajando por ti y te seré fiel y no te echaré de mi interior“

Hoy lo quiero volver a leer con el corazón y no como papagayo

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